Camino del Cid
El Consorcio Camino del Cid es una entidad
pública sin ánimo de lucro formada por las Diputaciones Provinciales de Burgos, Soria, Guadalajara, Zaragoza, Teruel, Castellón,Valencia y Alicante. Las
finalidades de este Consorcio son la definición y promoción del Camino del Cid.
El CAMINO del CID
El Camino del Cid es un itinerario turístico cultural que sigue las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar utilizando como principal guía de viaje el Cantar de mío Cid, uno de los grandes poemas épicos medievales de la literatura universal. La ruta comienza en un pueblecito al lado de Burgos, de donde parte para el destierro, y finaliza con la muerte del Cid en Valencia. El Camino atraviesa, mediante rutas que se van uniendo unas con otras, buena parte de España a lo largo de cuatro CC.AA. (Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y Comunidad Valenciana) por zonas en general con baja densidad demográfica, de una gran riqueza medioambiental e histórico cultural: una posibilidad única de conocer una parte de España desde una perspectiva diferentes.
Cómo puedes recorrerlo
El Camino del Cid puede recorrerse sobre dos plataformas distintas:
El Camino del Cid puede recorrerse sobre dos plataformas distintas:
- Por carretera
- (C): inicialmente para vehículos a motor (coches, motos...), pero al transitar en un 80% por carreteras secundarias con baja densidad de tráfico (excepto en las provincias de Valencia y Alicante) es utilizado por muchos cicloturistas de alforja que prefieren el asfalto al sendero, o bien desean alternar uno y otro. Muchas de esas carreteras son ideales para este tipo de modalidad ciclista.
- Por sendero
- (S):
el camino senderista está diseñado para los caminantes aunque una
gran mayoría de ciclistas con bicis de
montaña también lo siguen. Para los bicis hay algunos
tramos senderistas muy complicados y técnicos: en esos casos os sugerimos
algunas alternativas en nuestros mapas 1:25.000 y también en los tracks.
Estas alternativas no son "oficiales" y no están señalizadas,
pero en general corren paralelas al sendero y son fáciles de seguir. Os
recomendamos también descargaros las topoguías y sobre todo disfrutar
con calma la ruta (long. aprox. para senderistas por día: entre 15 y 30 km
máximo; para ciclistas btt: 60 km. aprox.).
Las rutas: tramos,
anillos y ramales
El Camino del Cid no es un camino lineal, así que para que puedas conocerlo y recorrerlo con más facilidad lo hemos estructurado en tramos, ramales y anillos tematizados.
El Camino del Cid no es un camino lineal, así que para que puedas conocerlo y recorrerlo con más facilidad lo hemos estructurado en tramos, ramales y anillos tematizados.
Los
tramos:
- El Destierro
- (Carretera) (Sendero): recorre principalmente el paso del Cid
por el viejo reino de Castilla y León en su camino al destierro. Desde
Vivar del Cid (Burgos) a Atienza (Guadalajara).
- Tierras de Frontera
- (Carretera) (Sendero): recorre antiguos territorios musulmanes en los
que el Cid comienza a imponer su ley, hasta el enclave de Alcocer, donde
se librará una batalla por la supervivencia. Desde Atienza (Guadalajara) a
Ateca (Zaragoza).
- Las Tres Taifas
- (Carretera) (Sendero): recorre tres legendarios reinos de taifas:
Zaragoza, Toledo y Albarracín. Desde Ateca (Zaragoza) a Cella (Teruel).
- La conquista de Valencia
- (Carretera) (Sendero): Cella fue el lugar elegido por el Cid para
esperar a quienes quisieran unírsele en la conquista de Valencia, y es
también el punto de partida de este tramo que finaliza en la ciudad soñada
por el Cid. Desde Cella (Teruel) a Valencia.
- La defensa del Sur
- (Carretera) (Sendero): un recorrido histórico siguiendo las rutas
defensivas de castillos que nos conducen a Orihuela, lugar más al sur al
que el Cid logró hacer llegar su influencia. Desde Valencia a Orihuela
(Alicante).
Los
anillos o espacios temáticos
Los espacios o anillos
temáticos responden a circuitos de estructura circular con identidad propia
dentro del Camino. Son los siguientes:
- Anillo de Gallocanta
- (Sendero) (Zaragoza y Teruel): anillo “verde” que une Daroca con
Gallocanta, a la que algunos estudiosos señalan como el “Alucad” citado en
el Cantar.
- Anillo de Montalbán
- (Carretera) (Teruel): esta ruta sigue las correrías del Cid por
Montalbán y otras poblaciones turolenses en su afán por obtener recursos
del pillaje y el cobro de parias.
- Anillo del Maestrazgo
- (Carretera) (Teruel y Castellón) : un impresionante recorrido por la
Sierra del Maestrazgo que, ya en su descenso, tiene a Onda como referente
literario.
- Anillo de Morella
- (Carretera) (Teruel y Castellón): un pequeño anillo de alto valor
histórico, literario, cultural y medioambiental, que tiene como referente
literario cidiano a Olocau del Rey, y a Morella como referente histórico.
- Anillo de la Taifa de Valencia
- (Sendero) (Valencia): este anillo, aún en fase de
proyecto, tiene un marcado carácter senderista y cicloturista. Tendrá como
localidades de referencia a Xátiva y la Peña Cadiella, enclave estratégico
de gran importancia para el Cid, situado en los términos municipales de
Beniatjar y Otos.
Los
ramales
Los ramales son rutas
lineales que unen determinadas poblaciones e itinerarios con el camino
principal. Hay tres ramales:
- Ramal de la Algarada de Álvar Fáñez
- (Carretera) (Sendero) (Guadalajara): une la ciudad de Guadalajara con Castejón de Henares y sigue el rápido ataque lanzado por Álvar Fáñez desde Castejón.
- Ramal de Castellón
- (Carretera) (Valencia – Castellón): une la ciudad de Castellón con
Sagunt, siguiendo la línea defensiva creada por el Cid, según el poema.
- Ramal de Olocau
- (Sendero) (Valencia): un pequeño ramal aún en fase de desarrollo que
unirá dos localidades “cidianas”: Puig y Olocau.
Los héroes de las epopeyas y
gestas antiguas y modernas son en muchos casos fruto de la imaginación
individual o colectiva. Algunos de ellos, no obstante, se basan de manera más o
menos lejana en personas de carne y hueso, cuya fama las convirtió en figuras
legendarias, hasta el punto de que resulta muy difícil saber qué hay de
histórico en el relato de sus hazañas. En este, como en tantos otros terrenos,
el caso del Cid es excepcional. Aunque su biografía corrió durante siglos
entreverada de leyenda, hoy conocemos su vida real con bastante exactitud e
incluso poseemos, lo que no deja de ser asombroso, un autógrafo suyo, la firma
que estampó al dedicar a la Virgen María la catedral de Valencia «el año de la
Encarnación del Señor de 1098». En dicho documento, el Cid, que nunca utilizó
oficialmente esa designación, se presenta a sí mismo como «el príncipe Rodrigo
el Campeador». Veamos cuál fue su historia.
Infancia y juventud de
Rodrigo: sus servicios a Sancho II
Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. La fecha de su nacimiento es desconocida, algo frecuente cuando se trata de personajes medievales, y se han propuesto dataciones que van de 1041 a 1057, aunque parece lo más acertado situarlo entre 1045 y 1049. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León. Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra. Pese a ello, nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo XI, al sublevarse contra Fernando I. En cambio, Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Fue éste quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063. En aquella ocasión, las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, contra el avance del rey de Aragón, Ramiro I, quien murió precisamente en esa batalla.
Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. La fecha de su nacimiento es desconocida, algo frecuente cuando se trata de personajes medievales, y se han propuesto dataciones que van de 1041 a 1057, aunque parece lo más acertado situarlo entre 1045 y 1049. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León. Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra. Pese a ello, nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo XI, al sublevarse contra Fernando I. En cambio, Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Fue éste quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063. En aquella ocasión, las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, contra el avance del rey de Aragón, Ramiro I, quien murió precisamente en esa batalla.
Al fallecer Fernando I, en
1065, había seguido la vieja costumbre de repartir sus reinos entre sus hijos,
dejando al mayor, Sancho, Castilla; a Alfonso, León y a García, Galicia.
Igualmente, legó a cada uno de ellos el protectorado sobre determinados reinos
andalusíes, de los que recibirían el tributo de protección llamado parias. El
equilibrio de fuerzas era inestable y pronto comenzaron las fricciones, que
acabaron conduciendo a la guerra. En 1068 Sancho II y Alfonso VI se enfrentaron
en la batalla de Llantada, a orillas del Pisuerga, vencida por el primero, pero
que no resultó decisiva. En 1071, Alfonso logró controlar Galicia, que quedó
nominalmente repartida entre él y Sancho, pero esto no logró acabar con los
enfrentamientos y en 1072 se libró la batalla de Golpejera o Vulpejera, cerca
de Carrión, en la que Sancho venció y capturó a Alfonso y se adueñó de su
reino. El joven Rodrigo (que a la sazón andaría por los veintitrés años) se
destacó en estas luchas y, según una vieja tradición, documentada ya a fines
del siglo XII, fue el alférez o abanderado de don Sancho en dichas lides,
aunque en los documentos de la época nunca consta con ese cargo. En cambio, es
bastante probable que ganase entonces el sobrenombre de Campeador, es decir,
«el Batallador», que le acompañaría toda su vida, hasta el punto de ser
habitualmente conocido, tanto entre cristianos como entre musulmanes, por
Rodrigo el Campeador. Después de la derrota de don Alfonso (que logró exiliarse
en Toledo), Sancho II había reunificado los territorios regidos por su padre.
Sin embargo, no disfrutaría mucho tiempo de la nueva situación. A finales del
mismo año de 1072, un grupo de nobles leoneses descontentos, agrupados entorno
a la infanta doña Urraca, hermana del rey, se alzaron contra él en Zamora. Don
Sancho acudió a sitiarla con su ejército, cerco en el que Rodrigo realizó
también notables acciones, pero que al rey le costó la vida, al ser abatido en
un audaz golpe de mano por el caballero zamorano Bellido Dolfos.
El Cid al servicio de
Alfonso VI. Las causas del destierro
La imprevista muerte de Sancho II hizo pasar el trono a su hermano Alfonso, que regresó rápidamente de Toledo para ocuparlo. Las leyendas del siglo XIII han transmitido la célebre imagen de un severo Rodrigo que, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obliga a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía que le habría ganado la duradera enemistad del nuevo monarca. Por el contrario, nadie le exigió semejante juramento y además el Campeador, que figuró regularmente en la corte, gozaba de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en 1075. Es más, por esas mismas fechas (en 1074, seguramente), el rey lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, una noble dama leonesa que, según las investigaciones más recientes, era además sobrina segunda del propio Rodrigo por parte de padre. Un matrimonio de semejante alcurnia era una de las aspiraciones de todo noble que no fuese de primera fila, lo cual revela que el Campeador estaba cada vez mejor situado en la corte.
La imprevista muerte de Sancho II hizo pasar el trono a su hermano Alfonso, que regresó rápidamente de Toledo para ocuparlo. Las leyendas del siglo XIII han transmitido la célebre imagen de un severo Rodrigo que, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obliga a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía que le habría ganado la duradera enemistad del nuevo monarca. Por el contrario, nadie le exigió semejante juramento y además el Campeador, que figuró regularmente en la corte, gozaba de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en 1075. Es más, por esas mismas fechas (en 1074, seguramente), el rey lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, una noble dama leonesa que, según las investigaciones más recientes, era además sobrina segunda del propio Rodrigo por parte de padre. Un matrimonio de semejante alcurnia era una de las aspiraciones de todo noble que no fuese de primera fila, lo cual revela que el Campeador estaba cada vez mejor situado en la corte.
Así lo muestra también que
don Alfonso lo pusiese al frente de la embajada enviada a Sevilla en 1079 para
recaudar las parias que le adeudaba el rey Almutamid, mientras que García
Ordóñez (uno de los garantes de las capitulaciones matrimoniales de Rodrigo y
Jimena) acudía a Granada con una misión similar. Mientras Rodrigo desempeñaba
su delegación, el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores
castellanos, atacó al rey de Sevilla. Como éste se hallaba bajo la protección
de Alfonso VI, precisamente por el pago de las parias que había ido a recaudar
el Campeador, éste tuvo que salir en defensa de Almutamid y derrotó a los
invasores junto a la localidad de Cabra (en la actual provincia de Córdoba),
capturando a García Ordóñez y a otros magnates castellanos. La versión
tradicional es que en los altos círculos cortesanos sentó muy mal que Rodrigo
venciera a uno de los suyos, por lo que empezaron a murmurar de él ante el rey.
Sin embargo, no hay seguridad de que esto provocase hostilidad contra el
Campeador, entre otras cosas porque a Alfonso VI le interesaba, por razones
políticas, apoyar al rey de Sevilla frente al de Badajoz, de modo que la
participación de sus nobles en el ataque granadino no debió de gustarle gran cosa.
De todos modos, fueron
similares causas políticas las que hicieron caer en desgracia a Rodrigo. En
esos delicados momentos, Alfonso VI mantenía en el trono de Toledo al rey
títere Alqadir, pese a la oposición de buena parte de sus súbditos. En 1080, mientras
el monarca castellano dirigía una campaña destinada a restaurar el gobierno de
su protegido, una incontrolada partida andalusí procedente del norte toledano
se adentró por tierras sorianas. Rodrigo hizo frente a los saqueadores y los
persiguió con su mesnada hasta más allá de la frontera, lo que, en principio,
era sólo una operación rutinaria. Sin embargo, en tales circunstancias, el
ataque castellano iba a servir de excusa para la facción contraria a Alqadir y
a Alfonso VI. Además, los restantes reyes de taifas se preguntarían de qué
servía pagar las parias, si eso no les garantizaba la protección. Al margen,
pues, de que interviniesen en el asunto García Ordóñez (que era conde de
Nájera) u otros cortesanos opuestos a Rodrigo, el rey debía tomar una decisión
ejemplar al respecto, conforme a los usos de la época. Así que desterró al
Campeador.
El primer destierro del
Cid. Sus servicios a la taifa de Zaragoza
Rodrigo Díaz partió al exilio seguramente a principios de 1081. Como otros muchos caballeros que habían perdido antes que él la confianza de su rey, acudió a buscar un nuevo señor a cuyo servicio ponerse, junto con su mesnada. Al parecer, se dirigió primeramente a Barcelona, donde a la sazón gobernaban dos condes hermanos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. Ante esta negativa, quizá el Campeador hubiera podido buscar el amparo de Sancho Ramírez de Aragón. No sabemos por qué no lo hizo, pero no hay que olvidar que Rodrigo había participado en la batalla donde había sido muerto el padre del monarca aragonés. Sea como fuere, el caso es que el exiliado castellano optó por encaminarse a la taifa de Zaragoza y ponerse a las órdenes de su rey. No ha de extrañar que un caballero cristiano actuase de este modo, pues las cortes musulmanas se convirtieron a menudo, por una u otra causa, en refugio de los nobles del norte. Ya hemos visto cómo el mismísimo don Alfonso había hallado protección en el alcázar de Toledo.
Rodrigo Díaz partió al exilio seguramente a principios de 1081. Como otros muchos caballeros que habían perdido antes que él la confianza de su rey, acudió a buscar un nuevo señor a cuyo servicio ponerse, junto con su mesnada. Al parecer, se dirigió primeramente a Barcelona, donde a la sazón gobernaban dos condes hermanos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. Ante esta negativa, quizá el Campeador hubiera podido buscar el amparo de Sancho Ramírez de Aragón. No sabemos por qué no lo hizo, pero no hay que olvidar que Rodrigo había participado en la batalla donde había sido muerto el padre del monarca aragonés. Sea como fuere, el caso es que el exiliado castellano optó por encaminarse a la taifa de Zaragoza y ponerse a las órdenes de su rey. No ha de extrañar que un caballero cristiano actuase de este modo, pues las cortes musulmanas se convirtieron a menudo, por una u otra causa, en refugio de los nobles del norte. Ya hemos visto cómo el mismísimo don Alfonso había hallado protección en el alcázar de Toledo.
Cuando Rodrigo llegó a
Zaragoza, aún reinaba, ya achacoso, Almuqtadir, el mismo que la regía en
tiempos de la batalla de Graus, uno de los más brillantes monarcas de los
reinos de taifas, celebrado guerrero y poeta, que mandó construir el palacio de
la Aljafería. Pero el viejo rey murió muy poco después, quedando su reino
repartido entre sus dos hijos: Almutamán, rey de Zaragoza, y Almundir, rey de
Lérida. El Campeador siguió al servicio del primero, a quien ayudó a defender
sus fronteras contra los avances aragoneses por el norte y contra la presión
leridana por el este. Las principales campañas de Rodrigo en este período
fueron la de Almenar en 1082 y la de Morella en 1084. La primera tuvo lugar al
poco de acceder Almutamán al trono, pues Almundir, que no quería someterse en
modo alguno a su hermano mayor, había pactado con el rey de Aragón y el conde
de Barcelona para que lo apoyasen.
Temiendo un inminente ataque,
el rey de Zaragoza envió a Rodrigo a supervisar la frontera nororiental de su
reino, la más cercana a Lérida. Así que a fines del verano o comienzos del
otoño de 1082, el Campeador inspeccionó Monzón, Tamarite y Almenar, ya muy
cerca de Lérida. Mientras les tomaba a los leridanos el castillo de Escarp, en
la confluencia del Cinca y del Segre, Almundir y el conde de Berenguer de Barcelona
pusieron sitio al castillo de Almenar, lo que obligó al Campeadora regresar a
toda prisa. Tras negociar infructuosamente con los sitiadores para que
levantasen el asedio, Rodrigo los atacó y, pese a su inferioridad numérica, los
derrotó por completo y capturó al propio conde de Barcelona. La campaña de
Morella en 1084 sucedió de forma muy similar. El Campeador, después de saquear
las tierras del sudeste de la taifa de Lérida y atacar incluso la imponente
plaza fuerte de Morella, fortificó el castillo de Olocau del Rey, al noroeste
de aquella. La posibilidad de tener tan cerca y tan bien guarnecidos a los
zaragozanos hizo que Almundir, esta vez en compañía de Sancho Ramírez de
Aragón, se lanzase contra ellos. El encuentro debió de producirse en las cercanías
de Olocau (seguramente el 14 de agosto de 1084) y en él, tras duros combates,
la victoria fue de nuevo para Rodrigo, que capturó a los principales magnates
aragoneses.
La reconciliación con
Alfonso VI. Las campañas levantinas
Almutamán murió en 1085, probablemente en otoño, y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, pero por poco tiempo. En 1086, Alfonso VI, que por fin había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el 30 de julio el emperador de Marruecos desembarcó con sus tropas, los almorávides, dispuesto a ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para prepara la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas el 23 de octubre de dicho año. Fue por entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria. No se sabe si se reconcilió con él durante el asedio de Zaragoza o poco después, aunque no consta que se hallase en la batalla de Sagrajas. Al parecer, le encomendó varias fortalezas en las actuales provincias de Burgos y Palencia. En todo caso, don Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península. Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana, donde se encontraba en la misma débil situación que había padecido en el trono toledano.
Almutamán murió en 1085, probablemente en otoño, y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, pero por poco tiempo. En 1086, Alfonso VI, que por fin había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el 30 de julio el emperador de Marruecos desembarcó con sus tropas, los almorávides, dispuesto a ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para prepara la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas el 23 de octubre de dicho año. Fue por entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria. No se sabe si se reconcilió con él durante el asedio de Zaragoza o poco después, aunque no consta que se hallase en la batalla de Sagrajas. Al parecer, le encomendó varias fortalezas en las actuales provincias de Burgos y Palencia. En todo caso, don Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península. Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana, donde se encontraba en la misma débil situación que había padecido en el trono toledano.
El Campeador pasó primero por
Zaragoza, donde se reunió con su antiguo patrono Almustaín y juntos se
encaminaron hacia Valencia, hostigada por el viejo enemigo de ambos, Almundir
de Lérida. Después de ahuyentar al rey leridano y de asegurar a Alqadir la
protección de Alfonso VI, Rodrigo se mantuvo a la expectativa, mientras
Almundir ocupaba la plaza fuerte de Murviedro (es decir, Sagunto), amenazando
de nuevo a Valencia. La tensión aumentaba y el Campeador volvió a Castilla,
donde se hallaba en la primavera de 1088, seguramente para explicarle la
situación a don Alfonso y planificar las acciones futuras. Éstas pasaban por una
intervención en Valencia a gran escala, para lo cual Rodrigo partió al frente
de un nutrido ejército en dirección a Murviedro.
Mientras tanto, las
circunstancias en la zona se habían complicado. Almustaín, al que el Campeador
se había negado a entregarle Valencia el año anterior, se había aliado con el
conde de Barcelona, lo que obligó a Rodrigo a su vez a buscar la alianza de
Almundir. Los viejos amigos se separaban y los antiguos enemigos se aliaban.
Así las cosas, cuando el caudillo burgalés llegó a Murviedro, se encontró con
que Valencia estaba cercada por Berenguer Ramón II. El enfrentamiento parecía
inminente, pero en esta ocasión la diplomacia resultó más eficaz que las armas
y, tras las pertinentes negociaciones, el conde de Barcelona se retiró sin llegar
a entablar combate. A continuación, Rodrigo se puso a actuar de una forma
extraña para un enviado real, pues empezó a cobrar para sí mismo en Valencia y
en los restantes territorios levantinos los tributos que antes se pagaban a los
condes catalanes o al monarca castellano. Tal actitud sugiere que durante su
estancia en la corte, Alfonso VI y él habían pactado una situación de virtual
independencia del Campeador, a cambio de defender los intereses estratégicos de
Castilla en el flanco oriental de la Península. Esta situación de hecho pasaría
a serlo de derecho a finales de 1088, después del oscuro incidente del castillo
de Aledo.
El segundo destierro.
El Cid, señor de la guerra
Sucedió que Alfonso VI había conseguido adueñarse de dicha fortaleza (en la actual provincia de Murcia), amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, sobre las que lanzaban continuas algaras las tropas castellanas allí acuarteladas. Esta situación más la actividad del Campeador en Levante movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo. En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla. ¿Un mero error de coordinación en una época en que las comunicaciones eran difíciles o una desobediencia intencionada del caballero burgalés, cuyos planes no coincidían con los de su rey? Nunca lo sabremos, pero el resultado fue que Alfonso VI consideró inadmisible la actuación de su vasallo y lo condenó de nuevo al destierro, llegando a expropiarle sus bienes, algo que sólo se hacía normalmente en los casos de traición. A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado tan sólo por sus propios intereses.
Sucedió que Alfonso VI había conseguido adueñarse de dicha fortaleza (en la actual provincia de Murcia), amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, sobre las que lanzaban continuas algaras las tropas castellanas allí acuarteladas. Esta situación más la actividad del Campeador en Levante movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo. En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla. ¿Un mero error de coordinación en una época en que las comunicaciones eran difíciles o una desobediencia intencionada del caballero burgalés, cuyos planes no coincidían con los de su rey? Nunca lo sabremos, pero el resultado fue que Alfonso VI consideró inadmisible la actuación de su vasallo y lo condenó de nuevo al destierro, llegando a expropiarle sus bienes, algo que sólo se hacía normalmente en los casos de traición. A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado tan sólo por sus propios intereses.
Comenzó actuando en la región
de Denia, que entonces pertenecía a la taifa de Lérida, lo que provocó el temor
de Almundir, quien envió una embajada para pactar la paz con el Campeador.
Firmada ésta, Rodrigo regresó a mediados de 1089 a Valencia, donde de nuevo
recibió los tributos de la capital y de las principales plazas fuertes de la
región. Después avanzó hacia el norte, llegando en la primavera de 1092 hasta
Morella (en la actual provincia de Castellón), por lo que Almundir, a quien
pertenecía también dicha comarca, temió la ruptura del tratado establecido y se
alió de nuevo contra Rodrigo con el conde de Barcelona, cuyas tropas
avanzaron hacia el sur en busca del guerrero burgalés. El encuentro tuvo lugar
en Tévar, al norte de Morella (quizá el actual puerto de Torre Miró) y allí
Rodrigo derrotó por segunda vez a las tropas coligadas de Lérida y Barcelona, y
volvió a capturar a Berenguer Ramón II. Esta victoria afianzó definitivamente
la posición dominante del Campeador en la zona levantina, pues antes de acabar
el año, seguramente en otoño de 1090, el conde barcelonés y el caudillo
castellano establecieron un pacto por el que el primero renunciaba a intervenir
en dicha zona, dejando a Rodrigo las manos libres para actuar en lo sucesivo.
En principio, el Campeador
limitó sus planes a seguir cobrando los tributos valencianos y a controlar
algunas fortalezas estratégicas que le permitiesen dominar el territorio, es
decir, a mantener el tipo de protectorado que ejercía desde 1087. Con ese
propósito, Rodrigo reedificó en 1092 el castillo de Peña Cadiella (hoy en
día, La Carbonera, en la sierra de Benicadell), donde situó su base de operaciones.
Mientras tanto, Alfonso VI pretendía recuperar la iniciativa en Levante, para
lo cual estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y
las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron
en la expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de
Rodrigo) y la propia Valencia en el verano de 1092. El ambicioso plan fracasó,
no obstante, y Alfonso VI hubo de regresar a Castilla al poco de llegar a
Valencia, sin haber obtenido nada de la campaña, mientras Rodrigo, que a la
sazón se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de dicha taifa,
lanzó en represalia una dura incursión contra La Rioja. A partir de ese
momento, sólo los almorávides se opusieron al dominio del Campeador sobre las
tierras levantinas y fue entonces cuando el caudillo castellano pasó
definitivamente de una política de protectorado a otra de conquista. En
efecto, a esas alturas la tercera y definitiva venida de los almorávides a
Alandalús, en junio de 1090, había cambiado radicalmente la situación y
resultaba claro que la única forma de retener el control sobre el Levante
frente al poder norteafricano pasaba por la ocupación directa de las
principales plazas de la zona.
La conquista de
Valencia
Mientras Rodrigo prolongaba su estancia en Zaragoza hasta el otoño de 1092, en Valencia una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador, no obstante, volvió al Levante y, como primera medida, puso cerco al castillo de Cebolla (hoy el El Puig, cerca de Valencia) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el guerrero burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre la capital levantina, que fue cercada por fin en julio del mismo año. Este primer asedio duró hasta el mes de agosto, en que se levantó a cambio de que se retirase el destacamento norteafricano que había llegado a Valencia tra producirse la rebelión que costó la vida a Alqadir. Sin embargo, a finales de año el cerco se había restablecido y ya no se levantaría hasta la caída de la ciudad. Entonces, los almorávides, a petición de los valencianos, enviaron un ejército mandado por el príncipe Abu Bakr ben Ibrahim Allatmuní, el cual se detuvo en Almusafes (a unos veinte kilómetros al sur de Valencia) y se retiró sin entablar combate. Sin esperar ya apoyo externo, la situación se hizo insostenible y por fin Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mio Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.
Mientras Rodrigo prolongaba su estancia en Zaragoza hasta el otoño de 1092, en Valencia una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador, no obstante, volvió al Levante y, como primera medida, puso cerco al castillo de Cebolla (hoy el El Puig, cerca de Valencia) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el guerrero burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre la capital levantina, que fue cercada por fin en julio del mismo año. Este primer asedio duró hasta el mes de agosto, en que se levantó a cambio de que se retirase el destacamento norteafricano que había llegado a Valencia tra producirse la rebelión que costó la vida a Alqadir. Sin embargo, a finales de año el cerco se había restablecido y ya no se levantaría hasta la caída de la ciudad. Entonces, los almorávides, a petición de los valencianos, enviaron un ejército mandado por el príncipe Abu Bakr ben Ibrahim Allatmuní, el cual se detuvo en Almusafes (a unos veinte kilómetros al sur de Valencia) y se retiró sin entablar combate. Sin esperar ya apoyo externo, la situación se hizo insostenible y por fin Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mio Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.
La conquista de Valencia fue
un triunfo resonante, pero la situación distaba de ser segura. Por un lado,
estaba la presión almorávide, que no desapareció mientras la ciudad estuvo en
poder de los cristianos. Por otro, el control del territorio exigía poseer
nuevas plazas. La reacción norteafricanos no se hizo esperar y ya en octubre de
1094 avanzó contra la ciudad un ejército mandado por el general Abu Abdalá, que
fue derrotado por el Cid en Cuart (hoy Quart de Poblet, a escasos seis
kilómetros al oesnoroeste de Valencia). Esta victoria concedió un respiro al
Campeador, que pudo consagrarse a nuevas conquistas en los años siguientes, de
modo que en 1095 cayeron la plaza de Olocau y el castillo de Serra. A
principios de 1097 se produjo la última expedición almorávide en vida de
Rodrigo, comandada por Muhammad ben Tashufin, la cual se saldó con la batalla
de Bairén (a unos cinco kilómetros al norte de Gandía), ganada una vez más por
el caudillo castellano, esta vez con ayuda de la hueste aragonesa del rey Pedro
I, con el que Rodrigo se había aliado en 1094. Esta victoria le permitió
proseguir con sus conquistas, de forma que a finales de 1097 el Campeador
ganó Almenara y el 24 de junio de 1098 logró ocupar la poderosa plaza de
Murviedro, que reforzaba notablemente su dominio del Levante. Sería su última conquista,
pues apenas un año después, posiblemente en mayo de 1099, el Cid moría en
Valencia de muerte natural, cuando aún no contaba con cincuenta y cinco años
(edad normal en una época de baja esperanza de vida). Aunque la situación de
los ocupantes cristianos era muy complicada, aún consiguieron resistir dos años
más, bajo el gobierno de doña Jimena, hasta que el avance almorávide se hizo
imparable. A principios de mayo de 1102, con la ayuda de Alfonso
VI, abandonaron Valencia la familia y la gente del Campeador, llevando
consigo sus restos, que serían inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro
de Cardeña. Acababa así la vida de uno de los más notables personajes de su
tiempo, pero ya entonces había comenzado la leyenda.
Tres rutas del camino del Cid.
El Camino del Cid es un itinerario turístico cultural
que sigue las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar utilizando como principal guía
de viaje el Cantar del Mío Cid, uno de los poemas épicos medievales de la
literatura universal.
Guadalajara es una de las provincias que más
kilómetros recorre el Camino del Cid, que se divide en estas tierras en dos
tramos perfectamente diferenciados. El primero coincide con el episodio del
Destierro del Cantar del Mío Cid y recorre el sector norte de la provincia, y
el segundo, tras recorrer tierras sorianas y aragonesas, vuelve a adentrarse en
la provincia por su lado oriental para recorrer las tierras de Molina.
Del primer tramo sale el ramal de "La Algarada de
Alvar Fáñez, una ruta de aproximadamente 70 kilómetros que parte de Castejón de
Henares y finaliza en Guadalajara.".
Ruta 1
Tierras de Frontera. Algaras, asedios y
batallas
Esta ruta es coincidente con el tramo 2 de los cinco
en los que está dividido el Camino del Cid denominado "Tierras de
Frontera" que va desde Atienza, donde acaba el tramo 1, "El
Destierro", hasta Ateca en Zaragoza. Estas tierras eran las que
delimitaban la frontera entre los dominios musulmanes y cristianos.
El Camino del Cid entra en Guadalajara proveniente de
Soria por la Sierra de Pela, según reza el propio Cantar del Mío Cid,
concretamente por Miedes de Atienza para
continuar por Romanillos de Atienza, , La
Miñosa, Robledo de Corpes, Hiendelaencina, Congostrina, Pinilla de Jadraque, Medranda, Jadraque (con su imponente Castillo del Cid),Bujalaro, Matillas, Villaseca de Henares, Castejón
de Henares,Mandayona,Azarosa,La.Cabrera,Pelegrina,Sigüenza,Barbatona,Jodra,Estriégala, Alcolea del Pinar, Garbajosa, Aguilar de Anguita, Anguita, Luzón y Maranchón.
Ruta 2
Las Tres Taifas. Por tierras de Molina
de Aragón
Tras su paso por tierras zaragozanas y turolenses, el
Camino del Cid se adentra de nuevo en Guadalajara a través de la localidad de
El Pedregal, atravesando, a continuación, otras pequeñas poblaciones incluídas
hoy en el llamado Señorío de Molina como El Pobo de Dueñas, Morenilla,
Castellar de la Muela o Tordepalo, ya muy cerca de Molina de Aragón.
Enclave independiente, tributario de la taifa de
Zaragoza en tiempos del Cid Campeador, narra el Cantar que Rodrigo se encaminó
hacía Molina de Aragón a la búsqueda de la protección y seguridad que, en su
ruta hacia Valencia, le brindaba su fiel amigo el alcaide moro Abengalbón.
La ruta entra de nuevo en tierras de Guadalajara por
la El Pedregal, para continuar
por El Pobo de Dueñas, Castellar de la Muela, Tordepalo, Molina de Aragón, Cañizares, Ventosa, Santuario de la Virgen de la Hoz, Torete, Escalera,Fuenbellida, Tierzo, Almallá, Terzaga, Pinilla
de Molina, Chequilla (bello
conjunto urbano que se encuentra enclavado en un llamativo paraje, entre formas
rocosas de arenisca roja), Checa (donde
se encuentra el Museo de la Ganadería Tradicional) y Orea (Centro de Interpretación Sequero de Orea)
, desde dónde vuelve a entrar en tierras de Teruel.
Ruta 3
La algarada de Alvar Fáñez
El itinerario evoca la expedición militar que Alvar
Fáñez, fiel escudero del Cid Campeador, realizó con la finalidad de obtener
botín y víveres para las mesnadas cristianas, que esperaban en Castejón,
saqueando los pueblos del Valle del Henares y el Badiel.
Recorre las poblaciones de Villaseca de Henares, Castejón de Henares, Argecilla, Ledanca, Valfermoso
de las Monjas,Utande, Muduex, Hita, Torre del Burgo, Tórtola
de Henares, Taracena y Guadalajara.
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